ESCALONES DE SANGRE.
A las diez de la noches, luces rojas y azules invadieron el pueblo de Belmont, ubicado en el condado de Middlexsex, en el estado americano de Massachusetts. Los policías locales habían recibido una llamada extraña que decía que había disturbios en una dirección muy particular, esa dirección le correspondía al decano de la universidad de Harvard, un hombre que había llevado mucho orgullo a aquél pueblo, por lo que la policía se presento para decirle que había un bromista, que no se preocupara si le llamaba, pues era una persona muy seria y respetada que merecía que los efectivos policiales se tomaran la molestía de llegar hasta su casa.
Cuando llegaron, se acercaron a la puerta y pudieron ver en el hall una figura, la oscuridad no permitía distinguir demasiado pero era un hombre.
—¿Señor Lousteau? —Pregunto uno de los agentes.
En la mesa había dos vasos pequeños, aunque en realidad eran dos vasos de whisky, ambos estaban vacíos, hecho que insinuaba que si había estado alguien con él, ya se había ido, o que simplemente era una formalidad por si algún vecino se quedaba a charlar con él.
—¿Señor decano? —La voz de la mujer fue un poco inestable, más bien asustada.
El decano no le contesto a ninguno de los dos. La mujer se acerco y su compañero le alumbro con una linterna, y al llegar a su lado, ahogo un gritito, más que nada porque era el decano, porque en realidad estaba acostumbrada a ver cosas así.
Gerard estaba muerto, tenía espuma blanca en los labios, y caía por su rostro, dejando gotas en su camisa.
La oficial dio un paso más hacía el hombre y sintió un crujido debajo de su zapato. Era vidrio. Saco su linterna y enfoco los vidrios esparcidos en el piso, eran de un vaso de whisky, como los que estaban en la mesa.
Se había caído al suelo, a simple vista, todo parecía una convulsión que no se pudo detener a tiempo. Los policías llamaron a las autoridades que debían encargarse de un caso como ese, un escuadrón especializado en esos casos, porque como habían recibido una llamada telefónica, todo se tornaba mucho más confuso, porque al llegar el decano estaba muerto y sin ninguna compañía.
Seis horas antes.
La universidad de Harvard se encontraba brindando una conferencia para los alumnos de todas la facultades, para los futuros alumnos, para profesores y para el comité de la universidad, y para las personas que quisieran presenciarlo, también.
El decano estaba esperando a un lado del escenario a que su reloj diera a la hora correcta para salir a dar su discurso, estaba rodeado de gente que lo admiraba, él lo sentía así, pues según todo el que conocía al decano, era un hombre muy honesto que manejaba todo siempre lo mejor posible, inclusive aquél día le había llegado una botella de whisky y unos bombones de regalo.
Unos ochenta y cinco minutos después, la conferencia había sido finalizada en aplausos y había sido, como siempre un excito. Al hombre lo saludaron varios colegas, los profesores, todo el que pudiera le estrechaba la mano, felicitándolo nuevamente por su impecable labor.
Cuando llegaron, se acercaron a la puerta y pudieron ver en el hall una figura, la oscuridad no permitía distinguir demasiado pero era un hombre.
—¿Señor Lousteau? —Pregunto uno de los agentes.
En la mesa había dos vasos pequeños, aunque en realidad eran dos vasos de whisky, ambos estaban vacíos, hecho que insinuaba que si había estado alguien con él, ya se había ido, o que simplemente era una formalidad por si algún vecino se quedaba a charlar con él.
—¿Señor decano? —La voz de la mujer fue un poco inestable, más bien asustada.
El decano no le contesto a ninguno de los dos. La mujer se acerco y su compañero le alumbro con una linterna, y al llegar a su lado, ahogo un gritito, más que nada porque era el decano, porque en realidad estaba acostumbrada a ver cosas así.
Gerard estaba muerto, tenía espuma blanca en los labios, y caía por su rostro, dejando gotas en su camisa.
La oficial dio un paso más hacía el hombre y sintió un crujido debajo de su zapato. Era vidrio. Saco su linterna y enfoco los vidrios esparcidos en el piso, eran de un vaso de whisky, como los que estaban en la mesa.
Se había caído al suelo, a simple vista, todo parecía una convulsión que no se pudo detener a tiempo. Los policías llamaron a las autoridades que debían encargarse de un caso como ese, un escuadrón especializado en esos casos, porque como habían recibido una llamada telefónica, todo se tornaba mucho más confuso, porque al llegar el decano estaba muerto y sin ninguna compañía.
Seis horas antes.
La universidad de Harvard se encontraba brindando una conferencia para los alumnos de todas la facultades, para los futuros alumnos, para profesores y para el comité de la universidad, y para las personas que quisieran presenciarlo, también.
El decano estaba esperando a un lado del escenario a que su reloj diera a la hora correcta para salir a dar su discurso, estaba rodeado de gente que lo admiraba, él lo sentía así, pues según todo el que conocía al decano, era un hombre muy honesto que manejaba todo siempre lo mejor posible, inclusive aquél día le había llegado una botella de whisky y unos bombones de regalo.
Unos ochenta y cinco minutos después, la conferencia había sido finalizada en aplausos y había sido, como siempre un excito. Al hombre lo saludaron varios colegas, los profesores, todo el que pudiera le estrechaba la mano, felicitándolo nuevamente por su impecable labor.